Memorias de Leticia Valle
Rosa Chacel
Rosa Chacel,
vallisoletana de 1898, largamente exilada en Brasil y Argentina tras la guerra
civil, fue un personaje muy singular y una mujer inteligente y llena de
energía. Creía mucho en las teorías “deshumanizadoras del arte” de Ortega,
y por eso le enfurecía que le preguntaran por el argumento de una novela, las
suyas siempre muy mentales y muy bien escritas. Debo decir que quise mucho a
Rosa y que fui gran amigo suyo hasta su muerte con 96 años en Madrid. Está
enterrada en su tierra. Quizá por su afán intelectual Rosa valoraba como su
obra maestra “La sinrazón” (1960) un libro hondo, quizás difícil, y hacía menos
caso -con simpatía condescendiente- a una de sus más exitosas novelas y la
primera que editó en el destierro, en Argentina, “Memorias de Leticia Valle” ,
de 1945. Es cierto que se trata de una novela más sencilla, con más argumento,
aunque adelgazado por las reflexiones y que tuvo la virtud -ello sí, desde
ángulos distintos- de anticiparse en diez años al tema básico de la célebre
“Lolita” (1955) de Nabokov.
Leticia Valle es
una preadolescente precoz y lista que vive en Simancas (la acción debe situarse
hacia 1912) donde tiene en la escuela a un maestro hombre culto y moderno
que se fija en el valor de la muchachita. Aunque parecerá que es el maestro
quien se enamora de Leticia y sucumbe y un hondo sentido de culpabilidad le
lleva al suicidio, en realidad la cosa es muy otra. Leticia Valle escribe sus
memorias en Suiza, en casa de unos parientes, adonde la han llevado tras
el escándalo y los luctuosos sucesos de la escuela. Pero en el pensado y bien
analizado relato de la jovencita, vemos que no es el maestro el que quiere
seducir a la chica, sino esta la que un tanto sin darse cuenta y a la par
sabiendo bien lo que hace, es ella, digo, la que en todo momento intenta
seducir a ese maestro que la cuida y llevarle a su perdición. Es cierto
que se trata de una novela lineal y amena, pero trufada de continuo –para bien-
por los pensamientos y consideraciones de Leticia sobre lo que sucedió en Simancas
y sobre su historia, en muchos sentidos secreta hasta el fin, con el maestro.
Es decir si la novela es más “fácil” que otras de Rosa, no deja de estar
presente el estilo de la autora de cuerpo entero. Autora (además de
novelas) de relatos y de ensayos, algunos tan bellos como “Saturnal” -1972-
Rosa Chacel es una de nuestras grandes escritoras –no importa el sexo- de la
Edad de Plata. Algunos se han preguntado por si puede llegar a ser una autora
de mayorías, y debemos decir que hoy por hoy –la cultura tan por los suelos-
no, probablemente. Pero en “Memorias de Leticia Valle” la gran prosista límpida
y lúcida, dejó un libro singular que pueden leer todos.
En 1980 un director
del que luego no hemos sabido mucho, Miguel Ángel Rivas, llevó al cine
“Memorias de Leticia Valle”, película muy digna, interpretada por una muy
joven Emma Suárez que da una Leticia, más que creíble. Novela necesaria,
sin duda.
A
punto de cumplir los doce años, Leticia, huérfana de madre, se
traslada con su padre, un militar que acaba de regresar de la guerra de
Marruecos, y con su tía Aurelia a Simancas (Valladolid). Allí, la niña, dueña
de un talento extraordinario y de sorprendente madurez, recibirá clases de
música en casa de Luisa, una mujer hermosa y “mundana” –en palabras de Leticia–,
con la que entablará una estrecha amistad. Daniel, marido de Luisa, entra en la
vida de Leticia cuando comienza a darle clases para no desaprovechar el gran
talento de la niña.
En Memorias de Leticia
Valle, Rosa Chacel desarrolla de forma magistral la capacidad
de seducción de la pequeña Leticia, quien, con perversa ingenuidad, juega con
su propia pasión y con las pasiones que desencadena.
Esta novela fue galardonada con
el Premio Castilla y León de las Letras en 1991.
Esta gran novela
generó una reunión animada, con diversas interpretaciones sobre el significado
último de distintos episodios esbozados en la obra como a media voz -en el tono
de los secretos familiares-, y muchos comentarios sobre sus protagonistas, unos
personajes interesantes y complejos a pesar de moverse en un medio que podría
parecer, en principio, poco prometedor, como es una ciudad de provincias de la
España de principios del siglo XX.
Y es que la novela
parece encerrar claves simbólicas acerca de algunos episodios reales de la vida
de la autora y de personajes decisivos de su biografía, como Ortega y Gasset,
según sostiene la profesora Carmen Morán en un estudio crítico.
En definitiva, una
obra un poco hermética pero de innegable calidad y de gran capacidad evocadora,
de una escritora inteligente como pocas que no recibió en vida el
reconocimiento que su enorme literatura merecía.
Curiosas
memorias simuladas en las que la autora se pone en la piel de una niña de 12
años y nos cuenta lo que ve, oye y siente, con la personalidad e intereses de
una niña. La narración comienza de manera lineal y simple, pero al poco tiempo
el lector se da cuenta de que Leticia no nos cuenta todo lo que sabe, sólo nos
da pistas para que adivinemos la historia. Se dispara así un juego de
insinuaciones, veladuras y pequeñas claves que nos dejan intuir lo que en
realidad está sucediendo. Más que narrar, la autora sugiere, insinúa, en un
relato que presenta varios niveles de lectura y cierta complejidad que puede
pasar desapercibida. Hay una versión cinematográfica, que la verdad
es que no he visto, dirigida por Migel Ángel Rivas en 1980
con Emma Suárez como protagonista.
Por
supuesto Chacel emplea pasajes y experiencias de su infancia, rasgos
reales que recicla y emplea para retratar a un personaje imaginario, que solo
coincide con ella en algunos puntos. El centro del libro es la relación
intelectual de admiración entre la niña y don Daniel, un hombre muy culto que
parece representar en parte a Ortega y Gasset.
Rosa
Chacel conoció al filósofo español y fué una de sus alumnas más
aventajadas. Sin embargo siempre tuvo sentimientos ambivalentes hacia su
profesor, en el que rechazaba el que considerase a la mujer sólo como un objeto
de seducción y asignase la facultad de filosofar al hombre casi en exclusiva.
Ella mantuvo siempre un cierto antifeminismo, en el sentido que creía que la
mujer no tenía que reivindicar ningún derecho, sino simplemente tomarlos y
ejercerlos.